La industria biomédica es considerada el paradigma del libre mercado y del ingenio humano: empresas privadas invierten en el desarrollo de productos innovadores que demuestran ser beneficiosos para la salud de los ciudadanos mediante el riguroso escrutinio del método científico, puesto a punto en los llamados Ensayos Clínicos Aleatorizados (ECA). Estos productos, una vez se ha demostrado fehacientemente su utilidad, son comercializados en un mercado competitivo, en el que el mejor producto será el más vendido. El caracter inelástico del bien (es decir, teoricamente su consumo no se puede ver afectado ni por la bajada de los precios ni por el marketing puesto que los médicos, teóricamente, solo considerarán el diagnóstico objetivo y el beneficio para la salud cuando lo prescriban), hace que la competencia todavía sea más honesta.
Este es el escenario ideal que anida en el imaginario de la mayoría de los médicos, ciudadanos, gestores sanitarios y políticos del mundo. La empresa farmaceútica es uno de los orgullos del ingenio humano; son los héroes del mercado libre, con beneficios justos y proporcionales al gran bien que han traído al mundo. Conocimiento, innovación, talento, audacia comercial y beneficio social. Adam Smith ya tiene su perfecta «mano invisible».
Sin embargo, desde la década de los 90, la industria es consciente de que su estrategia guiada por las necesidades (needs-oriented strategy) -que hasta entonces había llevado al desarrollo de buenos medicamentos, realmente innovadores y útiles y que respondía más o menos a esta imagen idílica- es mucho menos rentable y mucho más arriesgada que una estrategia guiada por el marketing (marketing-driven strategy). Esta última, partiría de las necesidades internas, la más importante de las cuales es aumentar las ganancias económicas de la corporación. La primera, consideraría las necesidades externas -de los pacientes, poblaciones, médicos, epidemiológicos y salubristas- y sería más lenta, menos explosiva en sus beneficios y, sobre todo, más responsable. Pero, en el contexto de capitalismo salvaje que caracterizó los 25 años dorados, no suficientemente rentable.
La mismísima Cámara de los Comunes británica, país con varias multinacionales del sector, advirtió en el año 2005 que los Gobiernos han estado engañados al considerar a la industria farmacéutica una aliada ( Applbaum describe sus estratégias biopolíticas).
Por contra, autores como Healy defienden que el actual perfil corporativo de las multinacionales farmacéuticas está más cerca del que representa la industria del tabaco (comercialización de productos tóxicos, aunque legales, muy consumidos y demandados por la población, gracias a agresivas y sofisticadas campañas de marketing, que requiere de la intervención de gobiernos y profesionales para modular sus perniciosos efectos secundarios) que del tradicional «empresa innovadora al servicio de la sociedad»
La discusión sobre si las farmacéuticas son empresas principalmente de marketing o de innovación es casi siempre zanjada por éstas aduciendo que sus presupuestos dedicados a investigación superan los dedicados a marketing. Marcia Angell ya estimó que esto era falso. En el año 2008, un artículo del PLoS Medicine intentó zanjar la cuestión. Mediante la confrontación de diversas fuentes de datos, solo en el mercado norteamericano, en el año 2004, las multinacionales gastaron en promoción y marketing 57,6 mil millones de dólares (más del doble de lo reconocido por la industria y casi el doble que en I+D+I). Una cuarta parte de todo ese brutal gasto en promoción correspondería a lo que los autores llaman «unmonitored promotion» o gastos no declarables (¿corrupción?). Este presupuesto supondría entre un 25% y un 50% del total de ventas anuales (dependiendo de la fuente y de la empresa). Con cada médico norteamericano, las farmacéuticas se gastaron, según los autores, unos 60.000 dólares en promoción: al cambio, unos 45.000 euros al año (no todo, por supuesto, dirigido a promoción directa sobre el médico sino que se incluyen gastos como anuncios de revistas, ensayos promocionales, muestras de medicamentos, sueldos de visitadores, etc) (ver tabla)
Es decir, el perfil de la industria farmacéutica no puede ser por más tiempo considerado como predominantemente científico sino que, definitivamente, ha pasado a ser promocional, es decir, las farmacéuticas son, hoy por hoy, la industria de marketing más sofisticada y rentable del mundo. Gobiernos, investigadores, médicos y ciudadanos tienen que saber con quién se enfrentan, conocer sus estrategias comerciales y valorar muy críticamente, como hacemos con otros productos de consumo (aspiradoras, coches o productos milagro tipo pulsera mágica) los nuevos medicamentos.
Han sido los blockbuster, superventas dirigidos principalmente a enfermedades crónicas (diabetes, artrosis, síntomas mentales..) o a factores de riesgo (hipertensión, colesterol, osteoporosis..) los productos estrella de esta nueva era marketing-driven. Estos medicamentos superventas han pasado de suponer el 6% de todo el mercado farmacéutico en 1991, al 18% en 1997 y al 45% en año 2001 (ver tb aqui). Este éxito comercial asombroso se ha sustentado en técnicas comerciales conocidas en otros productos como la manipulación del riesgo o la venta de estilos de vida. Sin embargo, lo más dañino ha sido que también han basado su éxito en la corrupción de la ciencia, de la propia medicina y en transformar a los ciudadanos en temerosos, aprensivos e infelices consumidores en salud
No es solo que los blockbuster carezcan de la suficiente evidencia (hace dos semanas, Ioannidis denunciaba y hacía propuestas a este respecto en el JAMA; hay una excelente traducción y comentarios aquí) sino que se extiende la sospecha de manipulación de los datos que sirven de base para la redacción de los artículos científicos publicados en las mejores revistas del mundo y que posteriormente se utilizan para la elaboración de Guías de Práctica Clínica y la toma de decisiones de los médicos.
La preocupación por la no publicación de ECA con resultados no favorables para el medicamento es antigua (ver el artículo publicado en el año 2006 por Ian Chalmers, fundador de la Cochrane Collaboration, que lo narra aquí). Pero la sospecha de que los datos utilizados para la elaboración del artículo no coinciden con los datos reales es relativamente novedosa y añade, si cabe, más indignidad a estos presuntos heroes del libre mercado y la ciencia.
La semana pasada se publicaba un artículo en el PLoS Medicine en el que se comparaban los datos encontrados en los llamados «Informes Clínicos de la Investigación», es decir, las bases de datos crudas de los ensayos clínicos (informes internos obtenidos de Pfizer por imperativo legal a lo largo de un juicio por prácticas de marketing ilícitas realizadas con su blockbuster gabapentina) con los datos utilizados posteriormente en la redacción de los artículos científicos. Los autores encuentran que de 21 ensayos solo 11 fueron publicados; de los 11 publicados, entre el 30 y el 60% contienen graves discrepancias.
Hace unos meses, descubrimos como manipulando los datos de los ensayos clínicos, Roche había conseguido que su Tamiflu, no mucho mejor que el paracetamol para la gripe, fuera considerado el único medicamento capaz de disminuir sus complicaciones e incluso prevenir su transmisión, convirtiéndose en un descomunal blockbuster en el gigantesco timo que fue la Gripe A. En ese artículo se publican las evidencias de manipulación de los datos de los ECA de medicamentos, en su momento superventas, como los retirados Avandia, Vioxx o el ya comentado gabapentina.
Ante el clamor, no solo de los científicos independientes sino también de los ciudadanos, las agencias reguladoras están dando tímidos pasos para que las bases de datos crudas sean accesibles a investigadores independientes que comprueben las conclusiones publicadas
Esta semana, un editorial del PLoS Medicine, vuelve a denunciar el «punto crítico en el que se encuentra la industria farmacéutica en su relación con la sociedad» «La verdad» continua el editorial, «se ha convertido en el problema más importante una vez que sabemos que los resultados de muchos de los estudios publicados patrocinados por la industria simplemente no son una representación completa y exacta de los datos reales de los ensayos clínicos en los que se basan esos artículos»
La EMA anunció en noviembre de 2012 que había decidido exigir los datos brutos de los ensayos clínicos de los medicamentos aprobados para su comercialización a partir del año 2014 a los laboratorios promotores.
Esta iniciativa es tomada por los editorialistas de una manera cautelarmente optimista dado el rechazo de las grandes compañías. La gran pregunta que queda en el aire y que se plantea también en el texto es ¿Y que pasa con los medicamentos ya aprobados?
Lo de Bárcenas es gordo, pero lo de la industria farmaceútica es el capitalismo salvaje sin escrúpulos en estado puro, capaz de poner en riesgo de muerte a los pacientes, acabar con la reputación de la investigación biomédica, las revistas científicas y la propia profesión médica, arruinar los sistemas de salud, y, a pesar de las flagrantes evidencias, seguir amedrentando a los gobiernos. Todo por «un puñado de dólares»
